Esculturas vibrantes
Antigua Rula, Gijón.
El agua del mar Cantábrico transporta partículas de sal que, mediante procesos de difusión y adsorción, se infiltran en los poros de las esculturas que habitan el litoral gijonés. La espuma marina, burbujeante y efímera, se adentra en las superficies escultóricas como si fueran pieles que respiran. Los susurros de oxígeno e hidrógeno se entrelazan al rozar esas pieles, produciendo un eco que resuena en el aire. El sonido es un encuentro entre varios cuerpos. Como la piel misma, es un vínculo entre el exterior y el interior, una frontera sutil membranosa en la que se manifiesta la transferencia de energía entre los cuerpos materiales.
El concepto de “materia vibrante” propuesto por la filósofa Jane Bennett resulta particularmente relevante en la instalación de Juanjo Palacios. Bennett nos sugiere que la energía vital y la agencia política no se limitan a los seres humanos, sino que se extienden a todas las entidades mediante la vibración. El sonido, una manifestación particular de vibración, es una forma transmisora que trasciende las fronteras de las especies y se expande de manera universal hasta abarcar elementos del medio ambiente como las montañas y los mares, los minerales, las estrellas y otros cuerpos celestes. Esculturas vibrantes propone el sonido y la vibración como medios para pensar y sentir nuestra relación con el mundo, a través de los sonidos generados por tres esculturas públicas ubicadas en la ciudad de Gijón.
Lo invisible es una cualidad de los cuerpos que permanece en un plano subterráneo, una manifestación etérea que requiere la implementación de técnicas especializadas para su escucha. En este caso, las composiciones sonoras son generadas mediante un proceso en el que se emplean geófonos, dispositivos diseñados para la detección de temblores sísmicos y filtraciones de agua, debido a su capacidad para registrar oscilaciones ultrasónicas de muy baja frecuencia, las pulsaciones de las profundidades. Palacios recurre también al uso de sensores de vibración, los cuales permiten medir la aceleración de las partículas de un material, de forma que los tonos derivados de sonificar cada escultura son el resultado de la fricción entre varios cuerpos: los materiales constitutivos de la escultura, elementos como el viento y la lluvia, así como con los efectos antropogénicos derivados de la huella humana como el tráfico rodante y las voces de los caminantes. Los sonoro está constituido por la agitación material de estas agencias cuando se encuentran.
El sonido no es solamente el de la escultura, sino una manifestación de fenómenos múltiples simultáneos. Una expresión de singularidades que se encuentran, se mezclan, se confunden. Las composiciones sonoras son ensamblajes ambientales, expresados como la intensidad de una conjunción. Este ensamblaje no solo involucra la propagación del acontecimiento sonoro, sino también su reverberación en el espacio físico en el que se encuentran las esculturas, y ahora en el espacio expositivo. Las vibraciones y las resonancias se transmiten entre seres vivos y objetos no vivos, manifestando una interconectividad. En ese sentido, la justicia acústica se ve también interpelada por cuestiones ecológicas. Si la contaminación del agua impacta el estado de las esculturas, ¿cuál es la afectación de las aguas contaminadas sobre las propiedades sonoras de las esculturas?, ¿cómo incide la contaminación acústica en su percepción sonora?
El artista y teórico Brandon LaBelle aborda el fenómeno del sonido como un acontecimiento que se vincula intrínsecamente con las personas como oyentes. El sonido nos inserta en su propia lógica, envolviéndonos en sus propagaciones y reverberaciones de tal manera que ya no podemos permanecer fuera, y estamos dentro de la escultura a nivel celular. En este contexto, el ensamblaje sonoro también es una forma de multitud, una aglomeración de elementos que coexisten y se interrelacionan.
Esculturas vibrantes reconfigura nuestra percepción humana, orientándola hacia una escucha energética que trasciende el estímulo visual. Este enfoque implica al cuerpo como resonador, un eco vivo que se sintoniza profundamente con las condiciones ambientales, abriendo el camino hacia una experiencia sensorial que abraza cada átomo de nuestro ser.
Esculturas: Sin título de Herminio Álvarez, Elogio del horizonte de Eduardo Chillida, Sombras de luz de Fernando Alba
Curaduría: Cristina Ramos
Producción: Conseyería de Cultura, Política Llingüística y Deporte del Principado de Asturias (Programa Asturies Cultura en Rede); Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular de Gijón/Xixón.





